Cuando hablamos de la época de Carnavales en América Latina, muchos piensan inmediatamente en el colorido Carnaval de Río en Brasil. Sin embargo, en el resto del continente, la tradición viene acompañada con nostálgicos recuerdos de nuestra infancia.

Éramos muchos, desde Colombia a Ecuador y Bolivia, quienes celebrábamos los soleados días de febrero con guerras de agua que incluían globos y pistolas de agua, y hasta harina y huevos.

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 Aunque no suene tan glamoroso como los desfiles, esta era una época que recordaremos toda la vida.

Una hermosa celebración

Como es frecuente, el carnaval es una celebración ligada a la tradición religiosa cristiana que comienza cerca del Miércoles de Ceniza durante la cuaresma, aunque la fecha varía dependiendo de la región.

En la iconografía, el carnaval se asocia con bailes de máscaras y disfraces, lo que ha perdurado en el tiempo.

 En Latinoamérica, cada región tiene su propio componente, como en Argentina, donde desfiles de carrozas y comparsas con vestuarios lujosos recorren las zonas de Corrientes y Entre Ríos, Monte Caseros, y las provincias de Buenos Aires y La Rioja.

Y ni hablar del carnaval de Río de Janeiro en Brasil, considerado el mayor carnaval del mundo con más de dos millones de asistentes.

Sin embargo, en otras zonas menos conocidas por esta celebración, la tradición es diferente.

En países como Chile, Ecuador, Bolivia y Venezuela, los carnavales se celebran con agua, espuma de carnaval, talco, huevos y harina para pintarse la cara.

Foto de archivo. Cortesía de Villa Dominico.

 Por ejemplo, en la provincia de Chimborazo, en Ecuador, se juega con las tintas, harina, huevos, y agua, acompañados por el canto de las coplas del gran corso de carnaval.

 En Paraguay y en Perú, la tradición son los juegos con agua, globos de agua y lanza-nieve (espuma o nieve artificial).

¿Pero por qué lanzarnos agua para celebrar?

Muchos de nuestros recuerdos de infancia son las famosas guerras de agua durante los carnavales, y no es una coincidencia.

La fiesta del Carnaval, procedente de la tradición cristiana, coincide con la Cuaresma, temporada de purificación y limpieza, que nosotros, bueno, nos tomamos muy literal.

Así pues, recordamos la lluvia de globos de agua, baldazos desde las ventanas y las eternas risas (y riñas) de uno de los episodios más bonitos de nuestra infancia.